HISTORIA ESPACIAL CHILENA
Chile ha estado ligado a la exploración espacial desde el año 1959, fecha en que la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio de Estados Unidos, NASA, instaló una de las primeras estaciones de rastreo de satélites en la ciudad de Antofagasta con el objetivo de apoyar las primeras misiones de las sondas enviadas al cosmos por Estados Unidos.
Pocos años más tarde, esa agencia instaló en Peldehue, localidad situada a unos 40 kilómetros al noreste de Santiago, otra estación que con el tiempo pasó a depender exclusivamente de la Universidad de Chile, pasando a constituir el Centro de Estudios Espaciales de la Universidad de Chile, CEE.
Desde sus inicios, el ingeniero civil -titulado en la Universidad Federico Santa María- Eduardo Díaz, lideró la historia y el desarrollo de ese instituto pionero en materias espaciales en el país.
Desde los años sesenta hasta la primera década del año 2000, el Centro de Estudios Espaciales apoyó más de un centenar de misiones no tripuladas y tripuladas de las naves Apollo, Apollo-Soyuz y los transbordadores norteamericanos, incluyendo el Columbia y el Challenger.
Varias generaciones de electrónicos y expertos en rastreo y recepción de datos satelitales salieron de sus instalaciones para formar parte de consolidados grupos de ingenieros y proyectos de desarrollo en Brasil, Canadá, Australia y los Estados Unidos.
El CEE instaló en Chile la primera red satelital de información Bitnet de Sudamérica en el año 1987; formó también a los primeros especialistas en procesamiento de información e imágenes satelitales; construyó la primera Estación de Búsqueda y Salvamento de aviones siniestrados en el año 1986 y construyó la primeras plataformas automáticas de almacenamiento y transmisiones satelitales y sistemas de lectura de imágenes.
Proyectos Fuerza Aérea de Chile
El año 1994, la Fuerza Aérea de Chile, consciente de las proyecciones y las ventajas que ofrecería el espacio en el siglo XXI, decidió diseñar un programa de desarrollo que incluyó el lanzamiento de los microsatélites FASat-Alfa y FASat-Bravo.
Dentro de esos planes, el mando planteó objetivos que deberían cumplirse con el diseño e instalación de una Estación de Control y Rastreo de Satélites y el perfeccionamiento de cerca de 15 ingenieros y otros tantos pilotos de combate en cursos de master e ingeniería Aeroespacial y Satelital en universidades de los Estados Unidos y el Reino Unido.
En el verano del año 1995, los ingenieros de la FACh instalaron la Estación de Control y Rastreo de Satélites en la Base Aérea de Los Cerrillos.
FASat-ALfa
El FASat-Alfa fue construido y diseñado por ingenieros de la FACh y de la Universidad de Surrey, en Inglaterra y lanzado al espacio desde el Cosmódromo de Plesetks, en Ucrania el 31 de agosto de 1995.
El pequeño ingenio pesaba 50 kilos, medía aproximadamente 70 centímetros de alto y 36 centímetros de lado. Fue enviado al espacio a bordo de un cohete Tsyclon, adosado al satélite geoestacionario Sich 1.
Una vez en órbita y debido a una falla en el sistema de separación, el FASat-Alfa nunca logró desprenderse y alcanzar la órbita planificada.
A pesar del desconcierto inicial, debido a que todo el país esperaba con ansias el ingreso al selecto club espacial, los ingenieros chilenos perseveraron y decidieron iniciar la construcción del segundo microsatélite.
FASat- Bravo
Tres años más tarde, en la madrugada del 10 de julio de 1998, el segundo satélite, el FASat-Bravo, fue lanzado esta vez desde el Cosmódromo de Baikonur a bordo de un cohete Zenith II.
Este nuevo microsatélite llevaba sistemas para monitorear la capa de ozono, para sacar imágenes de la superficie terrestre, experimentos para almacenar, bajar y subir información, incluida de posicionamiento global, entre otras características.
La Fuerza Aérea de Chile operó durante varios años este satélite, reuniendo información y experiencia hasta que finalizó su vida útil en el mes de junio de 2001.
Completó 13 mil órbitas, durante las cuales logró obtener más de 1200 fotografías de diferentes resoluciones.
Realizó experimentos de medición de la capa de ozono; de transferencia de datos; deim{agenes con una resolución de 2 kilómetros; de navegación con posicionamiento global (GPS) y un experimento educacional.
Mal de Chagas
En 1993, la doctora e investigadora de la Universidad de Santiago, Silvia Sepúlveda, empezó a diseñar las fórmulas para dar con la puerta que permita cerrar la multiplicación de las enzimas del parásito de la vinchuca.
El insecto, que en vocablo aymará, significa “el que cae de la noche”, vive a lo largo de la costa rocosa, nevada y extensa cordillera de Los Andes, entre México y Chile, subiendo y bajando las paredes de adobe, escondiéndose en los rincones y evitando la luz.
La picada de la vinchuca no produce directamente las enfermedades sino las fecas que deposita en los alrededores del punto en donde absorvió sangre humana. El parásito ingresa al torrente sanguíneo afectando al corazón, al hígado, al colon, al esófago, al cerebro, llegando incluso a ocasionar la muerte.
La académica, conocida mundialmente, pensó que en el espacio casi vacío podría cristalizar, sin los límites que impone la gravedad terrestre, la enzima Tripanosoma Cruzi con vistas a conocer sus puntos débiles.
Silvia Sepúlveda forma parte de del grupo denominado ChagaSpace, integrado por investigadores de varios países europeos, latinoamericanos y norteamericanos, incluyendo al astronauta de origen costarricense, Franklin Chang Díaz, quien ha participado directamente en los experimentos efectuados a bordo del transbordador espacial.
Los científicos idearon el experimento de cristalización para ser sometido a diferentes pruebas en ausencia de gravedad en el espacio en por lo menos seis vuelos al cosmos que realizó el orbitador norteamericano.
Aunque todavía no se ha descubierto la cura, las pruebas realizadas en el espacio han contribuido a avanzar en el conocimiento de la cristalización de enzimas.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, estima en 20 millones las personas afectadas en todo el mundo por el mal de Chagas, provocando 80 mil muertes al año.
Experimento «Chinitas»
El experimento de las chinitas, bautizado como “Metodología para el estudio del Comportamiento de Coccinellidae en un Ambiente de Ingravidez” fue seleccionado por la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, NASA, tras ser presentado por el astronauta, de origen costarricense, Franklin Chang Díaz.
El cosmonauta asistió a un Seminario organizado por el Departamento de Política Especial del Ministerio de Relaciones Exteriores en 1995, oportunidad en que se interesó por la creatividad mostrada por las alumnas del Liceo N 1 “Javiera Carrera” en el seminario “Aplicaciones Tecnológicas Satelitales en el Proceso Educativo”.
En esa instancia comenzó la historia de cuatro años de trabajo del grupo de alumnas, su profesora guía, el Centro de Padres del colegio y los organismos que apoyaron esa tarea.
Las estudiantes de ese establecimiento educacional reflexionaron acerca de los futuros viajes y misiones al espacio y la posibilidad de aportar en su desarrollo desde Chile.
Pensaron que en un futuro no muy lejano, el hombre habitará estaciones espaciales por períodos muy prolongados, durante los cuales debería mantener invernaderos con cultivos para su alimentación.
Si por algún motivo, las plantas fuesen atacadas por plagas de pulgones, la mejor forma de combatirlas sería usando controles biológicos, como por ejemplo las famosas chinitas de la especie Coccinellidae.
El experimento consistió básicamente en estudiar el comportamiento de estos insectos en condiciones de microgravedad, dado que las larvas y los adultos actuaban eficientemente depredando pulgones, ácaros, chanchitos blancos y conchuelas en la superficie terrestre.
Durante tres años se dedicaron a investigar el comportamiento, hábitos alimenticios, desarrollo, crecimiento, reproducción y condiciones climáticas, entre otras variables, de la especie Coccinellidae.
En ese lapso también probaron el mejor alimento artificial que podía mantenerlas vivas durante el tiempo que tenían que estar dentro de un container especial a la espera del lanzamiento y del tiempo que el transbordador espacial Columbia tardaría en alcanzar la órbita y la estabilidad fijadas.
Tras probar varias clases de alimentación dieron con la más indicada que mantenía en buenas condiciones, en la superficie terrestre, a las chinitas.
También experimentaron con diversos habitáculos, diseñados en Chile y en Estados Unidos, hasta dar con el más cómodo y seguro que mantenía a los insectos en buenas condiciones.
Finalmente, el experimento viajó al espacio a bordo del orbitador Columbia el viernes 23 de julio de 1999 y según los primeros antecedentes proporcionados, las chinitas probaron ser tan eficientes en su capacidad depredadora en el espacio como en la Tierra.
La Fuerza Aérea de Chile y FIDAE 2000, a través del entonces comandante de grupo Klaus Von Storch y el entonces capitán Cristian Puebla, colaboraron y apoyaron a la profesora guía, Ivonne Martínez y a las alumnas Karen Jaramillo, Carolina Soto, Maritza Hernández, Natalia Castillo, Natalia Ojeda, Elisa Abedrapo y Cecilia Vivallo, entre otras.
Experimento Smog
Los investigadores, Ignacio Olivares, de la Comisión Chilena de Energía Nuclear, y el ingeniero aeroespacial y piloto de la Fuerza Aérea de Chile, Klaus Von Storch, trabajaron en un experimento de rayos láser para medir, desde el espacio la composición de la contaminante capa de esmog que se estaciona sobre la Región Metropolitana, entre los meses de mayo y agosto.
El proyecto se presentó al concurso Iniciativa Científica del Milenio, llegando a ser considerado entre los 13 mejores trabajos del país.
Ignacio Olivares, de 38 años de edad, es licenciado en Física, Magister en Ciencias Exactas y Doctor en la Universidad de Ruhr, en Bochum, y su especialidad son los láseres sintonizables y sus aplicaciones.
Con él trabajaron los doctores Francisco Duarte, Eduardo Saravia, Claudio Romero y el ingeniero aeroespacial Klaus Von Storch, todos conocidos en el mundo de la Física y del desarrollo espacial.
Francisco Duarte goza de un reconocido prestigio en la comunidad científica internacional por sus destacados e innovadores estudios en diseño y teoría de láseres sintonizables y se encontraba trabajando en la empresa Kodak Eastman, en Rochester, Estados Unidos.
El proyecto de los científicos chilenos apuntó a instalar un sistema láser a bordo de un transbordador espacial. El costo del proyecto ascendía a 1 millón 200 mil dólares.
Los contaminantes suspendidos en determinadas épocas del año sobre la Región Metropolitana podrían monitorearse en tiempo real y, de resultar exitoso el experimento, el sistema podría instalarse en futuros satélites que medirían día y noche los niveles y componentes contaminantes.
Los rayos láser y la tecnología asociada a ellos son ampliamente utilizados hoy en telecomunicaciones, en aplicaciones médicas y medio ambientales.
Un láser puede ser usado para vaporizar la superficie de un tumor, para cortar delicadamente un órgano o también para practicar intervenciones quirúrgicas no invasivas a la retina, para cauterizar úlceras estomacales o para limpiar el colesterol de las arterias bloqueadas.
28039visualizaciones,6hoy