El 29 de marzo de 1930, Arturo Merino Benítez dio estructura a una serie de normas, creando la Dirección de Aeronáutica que adquirió la responsabilidad de normar, controlar y velar por la seguridad de la aviación en Chile.
La recién creada Línea Aérea Nacional marcó la actividad aerocomercial en Chile, pues nació con el propósito de integrar el territorio nacional.
Como todo inicio pionero, la aviación comercial se desarrolló gracias a la intrepidez, la voluntad y el espíritu aeronáutico de pilotos y mecánicos que desafiaron climas calurosos y desérticos en el norte y los vientos y aguaceros que soplan sin respeto y surgen sin límites en los cielos australes.
Biplanos De Havilland DH-60, trimotores Junkers R-42 y anfibios Vickers Vedette se unieron en una relación casi simbiótica con pilotos de corazón y espíritu para cumplir con sueños, itinerarios y misiones sociales y comerciales a lo largo de la accidentada geografía de Chile.
Cuando los vientos de la Segunda Guerra Mundial comenzaron a azotar el país se produjo un efecto negativo en el desarrollo de la aviación comercial, generando escasez de repuestos y a la imposibilidad de renovar los aeroplanos.
Expansión aerocomercial
Finalizada la conflagración, llegaron a Chile los venerables C-46, C-47 y DC-4 que definitivamente conquistaron, al igual que en todo el orbe, los cielos y los itinerarios nacionales, con una velocidad, capacidad de carga y aterrizaje en pistas cortas y de tierra que llevaron el progreso a sus lugares de destino.
Con ese tipo de aeronaves, la Línea Aérea Nacional modernizó su flota, extendió los servicios hasta Magallanes, en el extremo austral, e inició sus primeros servicios internacionales a Buenos Aires.
La disponibilidad de aviones bimotores C-46 permitió el surgimiento de numerosas aerolíneas como Air Chile, TRANSA, CINTA y ALA.
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